Sabemos que, como parte de una nueva generación, los jóvenes no quieren solo "trabajar" sino construir una identidad y sentir que lo que hacen deja huella, que invierten su tiempo en algo que tenga sentido, que su ocupación conecte con sus intereses, habilidades y valores.
El sector porcino atraviesa por un momento de expansión y transformación. Según datos recientes, a nivel global, se prevén crecimientos superiores al 7 % en los próximos 10 años, tanto en la producción como en el consumo de carne de cerdo. Según las estimaciones, la producción mundial alcanzaría los 131,1 millones de toneladas en 2033 y el consumo aumentaría en todas las regiones, excepto en Europa —aunque seguirá siendo la carne más consumida en la región—; las proyecciones indican que Asia y Latinoamérica serían las regiones que más crecerían (Castro, 2024, con datos de OECD - FAO, 2024).
En particular, Latinoamérica ha mantenido un crecimiento sostenido de la producción porcina, con países como México, Brasil, Argentina, Colombia y Chile liderando el ranking regional. Para 2025, se proyecta un crecimiento cercano al 2,5 %, impulsado por la demanda interna y la reconfiguración de los flujos de comercio con exportaciones regionales en aumento (Castro, 2025).
Esta dinámica genera múltiples oportunidades en producción, comercialización, logística, innovación tecnológica y servicios asociados, abriendo espacio para el desarrollo de talento joven en distintas áreas.
El sector agroalimentario global atraviesa por un cambio profundo en su estructura laboral. El envejecimiento de la población rural continúa siendo uno de los fenómenos más recurrentes en el mundo. Según FAO, para 2030, la población rural de 65 años o más aumentará, llegando al 71 % en América Latina (Zabala & Knobloch, 2021). Sin duda, esto genera un desafío para la renovación generacional del sector y plantea la necesidad de diseñar estrategias inclusivas que atraigan jóvenes con distintas formaciones y experiencias.
El avance tecnológico y la digitalización ofrecen una oportunidad para revertir esta situación, al convertir la actividad agroalimentaria en un campo de alta innovación y con potencial para ofrecer empleos calificados, atractivos para los jóvenes que buscan desarrollo profesional, autonomía y un impacto social positivo (FAO, 2017).
Pese al crecimiento, el sector porcicultor no es ajeno a estas dificultades para captar y retener jóvenes talentos. Entre las principales barreras destacan la percepción tradicional del sector como trabajo manual y rural, la falta de visibilidad de oportunidades profesionales y la desconexión con las nuevas tendencias tecnológicas y de mercado en algunas regiones.
En Latinoamérica, estas limitaciones se reflejan en la baja incorporación de jóvenes en carreras técnicas y profesionales relacionadas con porcicultura, lo cual pone en riesgo la renovación generacional y la sostenibilidad del sector.
Así pues, la porcicultura se ha convertido en una plataforma estratégica para que jóvenes de diversos orígenes puedan desarrollarse, innovar y generar un impacto real en sus comunidades y en las economías regional y global, lo que requiere una visión integral y recursos humanos preparados para enfrentar los retos con pasión, conocimiento, creatividad, liderazgo y responsabilidad.