Quienes trabajan en el mundo de la porcicultura saben lo desafiante que puede ser sostener este negocio en el tiempo.
Más allá de las exigencias técnicas y económicas del sector, hay una preocupación creciente: ¿quién continuará este camino cuando nosotros no estemos?
No hablamos solo de sucesión familiar. Hablamos de talento, vocación, futuro. De cómo sembrar hoy el liderazgo que el sector necesitará mañana.
En lugar de esperar que el relevo generacional “aparezca” algún día, es momento de adoptar una actitud activa: formar, inspirar y acompañar a niños y jóvenes desde temprano para que vean en este sector una posibilidad real de desarrollo profesional y personal.
Sembrar liderazgo desde la niñez no significa imponer. La preparación consciente parte de aceptar que los hijos pueden o no querer continuar con el legado. Es un proceso que se construye con apertura, donde se les ofrece una formación y un entorno emocional que los inspire, pero sin presión.
Esto implica fomentar una cultura familiar coherente con los valores de la empresa: responsabilidad, emprendimiento, transparencia, curiosidad, servicio. También estar listos para que ese relevo venga de otro lugar. Por eso, es clave formar a todos los hijos, y al mismo tiempo, desarrollar estructuras abiertas para liderazgos futuros, sean o no familiares.
Incluso desde los 8 o 10 años, los niños pueden empezar a conectar con la empresa. Acompañar a sus padres al trabajo, participar de eventos o recibir incentivos por logros escolares que incluyan conocer más del negocio, son formas simbólicas pero efectivas de sembrar pertenencia.
Se les puede invitar a observar, opinar y participar: “¿tú qué harías si…?”, escuchar sus respuestas con atención y valorar su mirada. Sus respuestas muchas veces ofrecen una mirada fresca, creativa y sorprendentemente lúcida. Cuando los adultos validan sus ideas, los niños desarrollan confianza y conexión con ese entorno.
También es clave enseñarles desde temprano sobre esfuerzo, trabajo en equipo, finanzas básicas y toma de decisiones. Se trata de ofrecerles experiencias que los preparen emocional y cognitivamente para el futuro.
Durante la infancia, predomina la curiosidad natural. Esta es una oportunidad de oro para estimular la iniciativa y pensamiento crítico. Hacer de sus preguntas un proyecto investigativo —por ejemplo, por qué los cerdos tienen la cola enroscada— no solo alimenta su mente, sino que los conecta emocionalmente con el entorno.
Los niños aprenden más por lo que observan que por lo que se les dice. Si crecen viendo adultos agotados o emocionalmente ausentes, eso es lo que asociarán con el negocio. Por eso, generar experiencias agradables, donde disfruten, se sientan útiles y puedan aportar, es esencial. El goce es la clave más poderosa para un niño: lo que disfruta, lo quiere repetir y esto lo asocia como un lugar en el que quiere estar.
El liderazgo es una capacidad que se cultiva. Permitir que los niños tomen decisiones sobre cosas cotidianas, ya siembra liderazgo. A medida que crecen, pueden asumir responsabilidades más específicas.
En el contexto porcicultor, por ejemplo, participar en las labores de cuidado de animales, les permite desarrollar organización, solución de problemas, responsabilidad y gestión del tiempo. Estas vivencias, si son acompañadas con paciencia y orientación, los forma desde adentro.
Para ellos, el dinero no es el motor inicial. Lo primero debe ser la conexión emocional y el disfrute. Si no hay gozo ni conexión emocional, difícilmente querrán liderar ese negocio más adelante.
No basta con preparar a los hijos. La empresa necesita convertirse en un lugar donde ellos quieran estar. Esto implica tener propósito, visión y proyección. Un ambiente emocionalmente saludable, rentable y capaz de ofrecer un camino de realización profesional y personal.
Es fundamental que ellos vivan experiencias en otras empresas: recibir órdenes, cumplir horarios, resolver conflictos. Esto les da perspectiva y fortalece su identidad. Así podrán valorar más el negocio familiar, si deciden regresar.
Llevarlos a ferias y eventos del sector o formaciones especializadas no es un gasto: es una inversión. Les abre la mente y les permite descubrir nuevas posibilidades.
Contar con el apoyo mentores o psicólogos son acciones que marcan la diferencia. Les da herramientas para tomar decisiones más autónomas y maduras en el futuro.
Los adultos deben hacer un trabajo personal profundo: prepararse para soltar control, protagonismo y decisiones. Este proceso no es solo estructural, también emocional y de identidad. Requiere revisar expectativas, miedos y orgullos personales.
Sembrar liderazgo desde pequeños no es garantía de continuidad, pero sí aumenta las probabilidades de que los hijos, si eligen quedarse, lo hagan con propósito, pasión y preparación.
La tarea no es aferrarse al control, sino sembrar con inteligencia y acompañar con amor para dejar huella.
Sembrar liderazgo desde pequeños no es sólo asunto de quien tiene una empresa familiar. Es responsabilidad de todo el ecosistema porcino.
Si se desea tener futuro en el sector, se necesita invertir hoy en el talento que aún está creciendo.
Quizás ese niño curioso que hoy pregunta por qué los cerditos tienen la cola enroscada, mañana revolucione la producción, la genética o la comercialización porcina. Pero eso solo será posible si hay adultos conscientes hoy, dispuestos a abrir espacios, escuchar y enseñar.